"Quedaba yo abandonado en esa ruta donde no pasaba un ser humano en muchos días, a veces. ..."
Santiago Dabove.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Anoche tomé otra vez.

Anoche tomé yagé otra vez. Mi amiga Lindsey también se animó a pesar de saber que entre los Cofanes no pueden hacer ceremonias las mujeres mientras están con su regla. Otra vez a los 20 minutos después de tomar salí corriendo a vomitar y junto con las nauseas vinieron las visiones. El piso que caminaba era claro porque constantemente estaba refucilando, todo era luz, todo era como de día. Uno que otro trueno me sobresaltaba de una manera dulce. Volví a la maloca y ya estaban los taitas danzando, escuché entre los cantos arcadas de los que salían a vomitar. Los cantos esta vez sonaban a una suerte de ecos de lamentos. De repente una luz enceguecedora iluminó por completo todo. En esos segundos eternos no sólo creí ver los detalles de toda la maloca, sino cada uno de los rostros que allí estaban formando parte de la ceremonia, cada vomito, cada uno de los restos de comida que de ahí salían, vi los colores de cada una de las hamacas, vi pulgas y cada nota de las armónicas en forma de colores. Vi a una densa selva que nos protegía, vi cada árbol, planta e insecto, vi hongos, creí ver cada agujero de cada hoja, pensé en contarlos y me mareé al intentarlo. La luz se apagó de inmediato y dejó todo pintado de azul, cada detalle que había visto ahora era de distintos tonos de azules, tan intensos que me hicieron sonreír. Me dolió la vista (o la cabeza) y sentí que la estaba esforzando demasiado, como cuando intenté leer un libro en la desastrosa ruta que me trajo hasta estos rincones de la amazonia Colombiana.
Uno de los caminos que nos llevaron hasta los Cofanes.

La maloca protegida.
    
 La voz de Lindsey me hizo volver, no estaba bien y me lo hizo saber preocupada. Me dijo que yo no dejaba de repetir en voz algo alta y sonriendo "ESTA SELVA" “ESTA SELVA”.  Recuerdo que intenté calmarla, aunque no coordino muy bien las palabras cuando me hace efecto el yagé. Ella no había podido vomitar, le dolía su panza, supe que tenía que ser fuerte su dolor porque ella es una de las personas más fuertes que conozco, y para que se queje tenía que ser serio. La acompañé afuera. Llovía y tronaba como en una típica tormenta tropical de la selva. Los refucilos duraban varios segundos pintando la noche de amarillo y luego de azul. Los dos estábamos muy mareados y no podíamos caminar ni rápido ni derecho. Nos mojamos mucho. Ella siguió sin poder vomitar y volvimos a la maloca. Intenté tranquilizarla y se hizo una bolita en el suelo.
Algunos pasaron al lado mío rumbo a donde estaba el taita Universario para hacer la segunda toma. Me puse en la fila yo también. Llegó mi turno y el taita cantó en ese Cofan que tan bien suena en el silencio de la noche amazónica, el tono de voz era hermoso, acabó con un "UZ UZ UZ UZ" y con una picara sonrisa me dijo: - Esta toma es especial para usted-. Era el yagé cocinado, como lo había tomado con las comunidades shipibas, kamsak y quichuas, era asqueroso, parecía toda la selva macerada, fermentada y mezclada con vomito. Me salió una arcada con el primer trago, no podía echarme atrás justo ahí. Le metí el pecho con el mayor esfuerzo que pude y lo acabé. Tenía un chicle de menta que me había robado de un kiosco de un pueblo a orillas del rio Vaupés, que me salvó de vomitar todo en ese mismo momento. Fui a sentarme al lado de Lindsey, que seguía un poco mal. A los 20 minutos, entre truenos que hacían vibrar todo comenzaron otra vez a danzar, muchos taitas y armónicas que iban y venían esquivando hamacas y cuerpos acostados en el suelo, entre ellos nosotros. Sentía otra vez la hermosa sensación de que el cráneo se achicaba y se agrandaba dejándome un cosquilleo que me recorría desde la nuca hasta los pies. Armónicas y cantos sonaban al ritmo de la percusión que salía de los pasos cortos del taita Universario contra la madera, de sus collares de dientes de jaguar y de los truenos que cada vez se hacían sentir más. Esos sonidos iban creciendo junto con mi cabeza que llegaba a un zenit y se desinflaba como un globo hasta quedar arrugada dejándome ese cosquilleo. Lentamente mi cabeza se fue a la selva del comienzo, la que me había imaginado esa tarde cuando Universario me habló de su padre y de sus conversiones con los tigres. Vi viejitos de muchos años danzando alrededor de una fogata. Vi pastores evangélicos con caras de demonios escondidos atrás de los altos árboles de esa primera selva. No podían penetrar la maloca, como si un circulo de fuego nos protegíera. Abrí los ojos y una chica en una hamaca al frente mío me miraba, creo que yo estaba hablando en voz alta otra vez. Intenté relajarme. Pensé en el hermoso momento en el que estaba, en lo feliz que me sentía. Pensé en todo lo que había pasado en esos días entre los Cofanes y sentí comprender auténticamente y por vez primera los conceptos de humildad, de generosidad y algunas teorías muy lógicas del bien y del mal. Todo parecía muy fácil y claro. Cualquier duda que yo en ese momento me planteara la podía resolver desde una lógica muy clara, que escapaba al mecanismo innato de solucionar problemas que tenemos los occidentales. Eso me llevó a pensar en el sentido común, que muy poco desarrollado tengo. Me propuse comenzar a llevar a mis días esas verdades que se me estaban revelando en esa extraña noche amazónica.
Abrí los ojos y escuché que los taitas estaban hablando muy bajo, aunque yo escuchaba perfectamente todo. Volvieron los achicamientos de la cabeza, los agrandamientos, la relajación y la voz sincera y humilde del Taita Universario contando una historia. Presté atención y me metí a su mundo. Oraba tan bien que me imaginaba cada detalle de lo que decía. Hablaba de su padre, del día de su muerte, de cómo ese viejo sabio durante una ceremonia paró la pata a los 80 años.  Habló de muchos taitas de los grandes danzando mágicamente hasta el amanecer alrededor del finado chaman. Siguieron otras historias que yo escuché atentamente hasta que de repente ya no había noche, había una claridad rojiza entrando a la maloca junto con sonidos de pájaros. Entonces Escribí esto que lees.