"Quedaba yo abandonado en esa ruta donde no pasaba un ser humano en muchos días, a veces. ..."
Santiago Dabove.

lunes, 1 de agosto de 2011

El río de la desolación..

  




Hacía un mes que estaba recorriendo los alrededores de Iquitos. Esta ciudad nació en la época del caucho, allá a finales del siglo XIX. Llegar ahí me había costado unos 4 días navegando por el salvaje río Ucayali, desde Pucallpa. Una mañana vi que otro marrón y ancho río se nos unió. Un viejo de la lancha me dijo que era El Marañón, y los dos formaban el Rio Amazonas propiamente dicho. Dos densidades de aguas distintas se unían dándole lugar al río más caudaloso del mundo. Iquitos esta en el medio de la amazonia. Solo un episodio histórico como la fiebre del caucho podría haber dado lugar a la creación de una ciudad en tan remoto lugar. Hoy tiene 1 millón de habitantes.
En la lancha . Pucalpa- Iquitos.

Soledades selváticas

Bananeros del Ucayali.


Las redes sociales favorecieron para que contacte a un lugareño muy buena onda. David me mostró los afluentes del amazonas en una pequeña embarcación con un motorcito (“peque peque”). Él conocía la selva como nadie y cada vez que se adentraba a la virgen espesura se transformaba en una suerte de Tarzan catedrático; cada hoja, cada liana, cada fruto, cada insecto, y sobre todo, cada orquídea tenía su explicación y el me la hacía saber entusiasmado. Aprendí a distinguir árboles que curan las heridas como la sangre de grado, ciertos hongos que no se pueden ni tocar, frutos comestibles, tomar agua de algunas lianas. Pero lo que no pude aprender es como evitar que los isangos se suban por los pies hasta los huevos y no poder sacarlos hasta que, ya hinchados de tanta sangre que me chuparon, podía distinguirlos y arrancarlos de mí. En general todas las personas del departamento de Loreto son muy supersticiosas. Ellos viven todos los días con muchas leyendas y mitos que los condicionan a actuar de una u otra forma. David y su esposa Rebequita se encargaron de contarme en primera persona las más conocidas historias populares de esa parte del amazonas, algunas graciosas, otras no tanto. Sin darme cuenta me sugestioné de tal manera que cuando navegábamos por el río Momón, volviendo de las comunidades, no dejaba de fantasear con ese mundo mágico e interesante. Un día David me presentó a un chaman Shipibo. Yo antes de comenzar mi viaje había leído bastante sobre la planta maestra de la selva. Ayahuasca es el nombre quechua de la planta y el más común. (soga del ahorcado o soga del alma). Aunque también se la conoce con los nombres de Caapi, Dápa, Mihi, Kahi, Natema, Pindé o yajé. Está en todo el amazonas y es usado por los indígenas para distintos fines. Los indígenas creen en los poderes divinos de esta planta que fue entregada directamente por los dioses a los primeros habitantes de la tierra. Hacía un buen tiempo que yo quería participar de una ceremonia, un poco por curiosidad, otro poco por esa necesidad de cosas nuevas que nos acompaña en los viajes, y por algunas otras razones que luego tomaron forma.






El chaman salió de unas escaleras que daban al río Nanay, yo lo estaba esperando al lado de un teléfono público. Me saludo y me pidió que lo acompañe por unas escaleras que llevaron a un sendero que parecía que se iba a perder en el río. Tal cual lo predije todo en mis pies se hizo barro, entonces subimos a unas maderas finas y haciendo uso del equilibrio nos perdimos en un barrio sobre el río. Sé que fueron muchas las casas que cruzamos, sé también que muchos rostros me miraron. Todas las puertas estaban abiertas. - Aquí es mi casa-, dijo sonriendo, y nos sentamos en un sillón, debajo de una pintura en dónde había una sirena enroscada a una serpiente y de fondo un mándala. El chaman mirándome me contó sus inicios en el chamanismo, me describió su pueblo, mientras también les decía algo en un idioma indígena a unos niños que corrían por ahí, comprendí que toda su familia era shipiba, una comunidad que vivían sobre el rio Ucayali, cerca de Pucallpa. Me dijo que la mayor parte del viaje dependía de mí, y que él sabía que yo iba a tomar la medicina con algún fin, y eso era bueno.

Barrio de Belen. Iquitos. 
Barrio de Belen- Iquitos 
Rio Momon

Río Ucayali


A las 9 de la noche toda su familia se acomodó en los cuartos de madera, la casa se hizo oscura y una vela dejaba ver al chaman sentado con su bata, una botella de ayahuasca, una esencia y muchos cigarros de tabaco. Unos suaves cantos en shipibo, un silencio, el sonido del concentrado líquido cayendo en un pote con dibujos de serpientes y las manos de él ofreciéndome de beber. Con las dos manos recibí el ayahuasca y concentrado y bastante sugestionado en las circunstancias que desde hace unos años me llevaron a esta noche, tome de a poco (porque era asqueroso) el marrón rojizo brebaje… El viejo canto para que yo entendiera; “Ayahuasca Medicina, embriágame bien! Ayúdame abriendo tus hermosos mundo para mí, También tu has sido creada por Dios, ayúdame a curar los cuerpos enfermos!.”
Todos los ruidos que de afuera se oían de repente callaron, y lo cantos del chaman con el coro de los grillos se adueñaron de la noche. Entonces sentí mi cuerpo cansado, relajado, me puse cómodo y vi un delfín. No podría decir, hasta ahí, que me sentí un delfín, sólo lo veía saltar sobre el rio Nanay, río que había navegado varias veces esos días, lo vi pasar por la unión de éste con el río Amazonas, unión llena de historias y mitos, lugar de respeto de todos los lugareños, dos ríos uniéndose dejando una clara línea de dos colores, uno negro y otro marrón tierra. Ese delfín yendo a la orilla estaba como en una película en mi cabeza hasta que justo antes de subir a tierra lo vi transformarse en mí, tal cuál unas de las más famosas historias de la zona, la “del bufeo colorado”, que cuenta que ese delfín rosado se convierte en un joven que va a levantar minas por las noches, y éstas, que se decían dormidas, despiertan con marcas en su cuerpo y hasta embarazadas. Así, esa especie de yo, de un solo salto llegó al puerto del Nanay, ví la selva virgen que dejaba atrás, sentí el aire de la noche a esas alturas. El puerto estaba vacío, había restos de un agitado día comercial en las calles, otro gigantesco paso me dejó en la plaza 28, vi la ciudad de Iquitos de noche desde las alturas, vi el centro y la prostitución que la caracteriza de noche, las oscuras casas y los moto taxis (ciudad de motos, no hay autos) amontonados en dónde había más luz. Otro salto me dejó en las puertas del Imet, un instituto en donde semanas antes había visto a la liana. Allí me hice pequeño y pasé a través de sus rejas y caminando lentamente y sin miedo me fui al lado de la planta, no había ningún sonido en el ambiente.
De repente estaba de nuevo en la habitación al lado del chaman escuchando sus cantos, me dijo que tomara más, tomé solo un poco, las arcadas me ganaron. Intenté acomodarme porque me sentía acalambrado, y sentí que mis piernas se movían pero en realidad seguían en su lugar. Mi cuerpo pesado seguía planchado ahí aunque yo veía a mis piernas moverse, probé con mis manos y también se movían sin moverse. Automáticamente me paré, me miré sentado con los ojos cerrados, vi al chaman moviéndose y cantando. Salí por los puentecitos de madera hasta afuera, un poco asustado, unos perros no dejaban de ladrarme sin acercarse. Subí las escalaras que me vieron bajar hacia unas horas y en otros 3 saltos me encontraba en la puerta del Imet, otra vez me las ingenié para pasar las rejas y caminé hasta la planta, en donde me ví, parado tal cual me había dejado antes. Lo loco es que éramos dos “yo” los que mirábamos la planta, miré en un momento a mi otro yo que estaba parado ahí y me vi de perfil como hipnotizado, con una leve sonrisa boluda e iluminado por la luz que emanaba la planta, en ese silencio escuché vida correr en mí y en la planta. Sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo muy bueno, había mucha tranquilidad ahí, no quería irme nunca de ahí, no aguanté y comencé a acariciarla, a sentirla, a seguir con mis manos en sus vueltas, sus trenzas, a acariciarla como a la espalda de una mujer. Quise decir gracias pero comencé a vomitar mucho, no paraba de hacerlo. Ya estaba de nuevo en la casa. Cuando ya no había qué vomitar, (aunque por un rato me siguieron dando arcadas) me recosté en el suelo y sentí el mismo cosquilleo que allá, al lado de la planta, pero esta vez ya muy consiente. Entre la madera se veían luces del exterior que querían transformarse en animales, y en rostros, vi sombras con la imagen de Luca Prodan, con John Lennon, vi víboras y tigres. Me aburrieron rápido. Cerré los ojos, siguieron un rato es mi percepción pero al rato se desvanecieron para darle lugar a un estado de relajación total y ensueño mientras el chaman seguía cantando. En un momento me ví saliendo de la casa medio mareado, y con mucho cuidado para no caer al agua entre esos puentecillos, vomite de nuevo, un niño con una linterna (el hijo?) me guió hasta la calle ahuyentando a los perros que ladraban en la silenciosa y vacía noche de Iquitos. Frenó un moto taxi, me esforcé por hablar bien, decirle mi dirección, pelearle el precio y me subí. El viaje fue raro, muchas rayas que salían de las luces de la ciudad me dejaban medio ciego, al acercarnos le dije que me dejara unas cuadras antes. Quería caminar. Quería pasar por el Imet. Al llegar (era a la vuelta de dónde dormía) me senté un largo rato ignorando a un empleado de seguridad que estaba ahí mirándome sin entender nada (que bueno que no entendiera nada). Cerré los ojos y salí otra vez de mi cuerpo, salté esta vez las rejas, y tal cual lo supuse, éramos ya 3 con la planta. Ellos como entes, pero como en una foto movida, bien borrosos mirando y sonriendo, y la planta, esta vez con menos luz, regalando buenas sensaciones. Rápido volvimos a ser uno, volví a decir gracias, y me fui a dormir.
Al otro día me desperté con hambre, no podía comer nada hasta el mediodía según la dieta de la ceremonia, pero no me importaba, estaba liviano, me sentía relajado, y no recordaba los últimos ratos en la casa del chaman. Algo faltaba.
Por la tarde caminé hasta las escaleras y aunque de día todo era distinto, llegue a dar con la casa del viejo. Estaba en el sillón tomando una birra y riéndose me señaló la sirena pintada en su cuadro, -Y que tal le fue don Federico?- Me dijo sonriendo. Le conté entusiasmado detalle por detalle mis visiones, él afirmaba como sabiendo mejor que yo que había pasado. Dijo que la planta se me había presentado con forma de delfín. Me dijo que yo era muy fuerte y que ella jugó conmigo, entonces él lo tomó como un juego también. Con otros no es tan amable la primera vez, dijo, y por lo tanto su trabajo de guía es mas difícil, me dijo que le gustó mucho viajar conmigo, y que sería bueno dietando con la planta para recibir sus conocimientos. Lo saludé y con mucha paz y tranquilidad por volver a hablar con él y salí a caminar riéndome al imaginarme “chaman” y a la vez sabiendo que pronto volvería a encontrarme con la madre de las plantas.-

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